Había un pueblo lejano y diminuto en el bosque de Tarvel. Era un pueblo de gnomos, que habían aprendido a vivir entre los árboles y bajo las setas. Como dice la leyenda, los gnomos eran amables y cordiales y estaban acostumbrados a vivir entre los animales. Ciervos, osos, ardillas y conejos eran sus mejores amigos. Con ellos se trasladaban a uno y otro lado del bosque con la rapidez que no alcanzaban sus piernas.
Eran pequeños, del tamaño de un botón y vestían de verde con un largo y caído sombrero de color rojo. Sólo se les distinguía por sus barbas. Los gnomos sin barba eran niños y jóvenes de entre uno y cien años. Y los gnomos de larga barba podían alcanzar incluso los quinientos años. Dicen incluso que todavía vive alejado del pueblo, un pequeño sastre, que debe tener unos dos mil años.
Como todos los días, cuando el sol se veía a lo lejos, entre los árboles, los niños salían a jugar con los animales, disfrutando de la nieve en invierno y del arroyo en verano. Y fue en verano cuando Lismi, una pequeña gnomo de 60 años, salió a jugar con los demás niños, al arroyo para poder bañarse y montarse en las barcas de hojas secas, que habían hecho las ranas.
- Que fresquita está el agua- dijo Lismi a todas sus amigas-.
- ¿fresquita? -contestó Adri- pues subiros todos a mi barca de hojas de sauce. Desde aquí podemos tirarnos al agua más fácil.
Allí se fueron reuniendo uno a uno los pequeños gnomos y mientras se bañaban empezaron a comentar la gran noticia del día: ¡era la fiesta del sombrero!.
Durante todo el año los gnomos esperan con ansiedad esta fiesta para ver cumplidos sus deseos, solo uno de ellos podrá conseguirlo si, como manda la tradición, consigue convencer a todos los miembros sabios de la comunidad.
Es común esta fiesta entre duendes, gnomos y campanillas.
Durante un tiempo no superior a dos segundos humanos (dos horas gnomas), todo aquél que quiera puede exponer ante los sabios el porque si le otorgan ese privilegio, su deseo va a beneficiar a todos los habitantes del pueblo, pero solo hay una condición: no pueden revelar cuál es ese deseo.
Si convencen a los sabios y le dan el privilegio, se colocará un sombrero de color naranja que desde hace siglos está custodiado en la escuela, si el deseo es de verdad, éste se convierte en realidad. Y así año tras año, la comunidad ha ido mejorando y la felicidad se adueña de todos los gnomos.
-Yo creo que pediré la paz para todos- dijo Rina-
- Pero si eso ya lo tenemos -contestó Adri, mientras salpicaba a todos con sus enormes zapatones-. ¿no sería mejor que pidieras porque viviéramos muchos años?
- Ya sabéis que no podemos ser egoístas- respondió Rina- solo si el deseo lo sentimos de verdad y beneficia a nuestra comunidad, se convertirá en realidad gracias al sombrero de Guión (que así se llamaba el primer dueño del sombrero naranja, quien hace ya veintitrés mil años que se marchó).
Todos se pusieron a pensar cuál pudiera ser el deseo elegido. El baño pasó a segundo plano, mientras que la hoja de sauce estaba quieta en mitad del rio, como si ella quisiera colaborar en el pensamiento colectivo.
- Pero ¿a quién se le concedió el año pasado?-dijo Rina_.
- ¿No lo recuerdas?, a Bastian, el gnomo mudo, quien convenció a los sabios de lo importante que es la convivencia entre todos y la amistad y consiguió que nos uniéramos a los elfos - dijo Lismi-. Desde entonces somos una misma comunidad.
- ¡¡ Debe ser algo único, especial ¡!. Dijeron todos a la vez.
Una vez que se marcharon del río, todos se prepararon para el gran momento, en la plaza del sauce, allí sería a las 36 horas en punto. Cientos, miles de gnomos estaban citados y ya sabéis, tenían que venir con un solo pensamiento.
Uno por uno fueron llegando al lugar a la hora exacta.
En ese momento Teo y Pitul aparecieron sin que nos diéramos cuenta, en el centro de la plaza con el sombrero de los deseos. La reunión de sabios había comenzado. Los habitantes de la aldea fueron pasando (todo aquél que quería entre hombres y mujeres y niños y niñas) ante la reunión. Un vez sentado ante ellos, los sabios podían leer sus pensamientos, que luego harían público ante todos.
Pasado unas mil horas (acordaros de cambiar a minutos humanos), el veredicto estaba dado, ¡¡había un gnomo con derecho a vestir el sombrero!!. El nerviosismo se apoderó de todo el mundo y como cada año se empezó a dar las razones. Era tal el bullicio que era casi imposible oir:
- Cállate por favor que no entiendo nada -le dijo Rina a sus amigos más cercanos-
- Un año más - hablaba el gnomo sabio- hemos recibido los deseos de todos nuestros habitantes y, la verdad, este año ha sido muy difícil decidir. Todos -continuó- habeis hecho un gran esfuerzo para poder hacer que cada día nuestro pueblo pueda ser mejor. Unos habéis pensado que desaparezca el hambre de todos los rincones, en la lucha de cada día por llevar comida a nuestras casas, algo absolutamente necesario; Otros pensáis que debemos abrirnos a los demás y permitir que vivamos los gnomos con todas las razas, al igual que hacemos con nuestros amigos los animales. Sin duda algo loable.
- Pero tenemos que otorgar este año el honor a una pequeña gnoma llamada Lismi (la cara de sorpresa de la gnoma iluminó toda la plaza), porque creemos que es tiempo de hacer un brebaje al que le ayudaremos todos, aportando un poco de experiencia, un poco de sabiduría, un poco de paciencia, un poco de madurez, un poco de normas y reglas, un poco de educación, para que con él, podamos hacer una bebida que perdure en nuestras casas y a la que podamos acudir cada vez que tengamos un problema y eliminemos los conflictos en nuestra comunidad.
Y así ocurrió.