lunes, 2 de abril de 2012

EL MAGO "PIRAGO"


“El Mago Pirago”

... Lenguas de gato, dientes de cocodrilo, pestañas de buho, alas de mariposa y un poco de azúcar y ya está. A los pocos segundos la planta empezó a crecer tanto que llegó hasta lo más alto de la estantería llena de libros. Otra vez el mago Pirago había hecho de las suyas.
Su cuarto era muy especial porque junto a libros de aventura y de Mortadelo y Filemón, cuadros de pintura sin terminar y un ajedrez gigante, se apilaban una tras otra, muchas cajas con juegos de magia. No sabía cuantas tenía y dentro cientos y cientos de juegos mágicos de los más sorprendentes. Una bola de cristal que encerraba en su interior al más famoso de todos ellos: Merlín. Un sombrero donde vivía una familia completa de conejos de gomaespuma, junto a decenas de barajas de cartas españolas y francesas (entre ellas la de Mario el Mago), desde la más diminuta hasta la que tenía el tamaño de una ventana.

Y varitas mágicas, ¡ era su colección!, desde la más grande que volaba por la habitación con solo la indicación de un dedo, hasta la que le regalaron Magín o Houdini.

Los niños iban a verlo de vez en cuando y le pedían que hiciera magia, su magia, aunque los más mayores no creían en él, ¡ tendrá truco! - decían-, pero el mago Pirago sabía que no era así, que todo lo aprendió de aquél libro que su padre le regaló, de una vieja librería y que una vez que lo memorizó, un día desapareció de su librería.

Un día el mago Pirago quiso compartir uno de sus secretos mejor guardados. Para ello llamó a todos sus amigos, incluidos aquellos que no creían en él, los sentó alrededor de la mesa, con el cuarto a media luz y les dijo:

- quiero compartir con vosotros algo especial, la ciudad de la magia - exclamó.
Todos se sorprendieron y Pincho, el más pequeño, le preguntó:
- ¿qué es, otro juego de magia?
- No - contestó el mago Pirago-, vais a venir conmigo a través del tiempo a conocer en la ciudad de la magia al mago que todo lo sabe.
- Eso es imposible, exclamó Paloma, mis padres no me dejan que nos vayamos porque es muy tarde.
- No os preocupéis -dijo Pirago-, cerrad los ojos, respirad profundo y decid todos: ¡¡estantermoviebrecalle es!!.

Asi hicieron y a los pocos segundos, detrás de ellos, junto a la puerta de la habitación, una de las estanterías empezó a desplazarse, dejando al descubierto un pequeño pasadizo iluminado con unas velas rojas, que dejaban ver un camino profundo.
Todos se quedaron sorprendidos, pero Pirago les invitó a que no tuvieran miedo y entraran tras de él en el pasadizo. Uno tras uno fueron entrando en él, no se apartaban de Pirago. Es más se podría decir que parecían una misma sombra. Al final del pasadizo se veía luz y hacia allí se dirigieron; pero cual fue su sorpresa cuando se dieron cuenta de que se encontraban en el centro de una gran plaza, donde los personajes más curiosos y los animales más extraños se encontraban paseando y conversando tranquilamente en multitud de lenguas que nuestros amigos no podían entender. Magos con grandes capas y sombreros, acompañados de gatos con cabeza de ratón, buhos con alas de mariposa o conejos sin orejas, estaban alrededor de ellos.

Pirago les dijo: No tengais miedo, todos son como yo y vamos hacia allá, al fondo, donde está esa antigua librería.
Se dirijieron hacia allá y abriendo la puerta con sus manos encontraron un anciano, de largas barbas y pelo rizado. Pirago le saludó: ¡Hola Merlín!. ¡¡Era el mago Merlín!!, ante los ojos de todos, del que tanto habían oído hablar.

-Bienvenidos -dijo Merlín mientras bajaba por una escalera sin peldaños- perdonad, pero tengo que ir al almacén que me están esperando tres amigos que seguramente conoceréis: Melchor, Gaspar y Baltasar que vienen por polvos mágicos para sus camellos y pajes. Pero, mientras... ¿vosotros que queréis?.
Mientras todos tenían los ojos bien grandes y asombrados, Pirago tomó la palabra y dijo:
- Nosotros también tenemos prisa, solo quería que pudieras entregar un libro a cada uno de ellos para iniciarse en la magia.
- Bien -dijo Merlín- aquí tengo algunos de los que me pidió Juan Tamariz, pero como no vendrá hasta la semana que viene podéis llevároslo.

Todos los cogieron sin agolparse como si de un tesoro se tratara, entre sus brazos y los apretaban contra su barriga mientras se miraban unos a otros, para que no se perdiera ninguna hoja.
No querian irse de allí, eran esponjas ante todo lo que querian mirar y preguntar para aprender, pero Merlín les dijo una cosa más antes de irse:

- Recordad, llevais un libro para conocer el mundo de la magia, pero la verdadera magia, como la del mago Pirago, está en vosotros, en vuestra mente, en vuestro alrededor, en cada uno de vuestros amigos y familiares, solo tenéis que hacer que salga hacia fuera con la palabra y con la ilusión.

Seguidamente se marcharon de allí. La plaza estaba ya desierta y una luz nos invitaba a seguir el camino de vuelta y... como si no hubiera pasado nada, en segundos de nuevo, estaban sentados junto a la mesa en el cuarto del mago Pirago. No creían lo que había pasado, es más, se preguntaban si de verdad habían ido a algún sitio, pero... algo les delataba: Tenían un libro de magia entre las manos, un libro cuyas páginas cuando cada uno abrió en su casa al regresar, estaba en blanco, pero habían aprendido una cosa: que los demás no podían verlo pero ellos conocían el verdadero sentido, Merlín se lo dijo: la palabra y la ilusión.

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