El
enorme coste del conflicto de la franja de Gaza.
Es
muy común cuando tenemos un problema, evaluar los costes que ello supone y cómo
podemos minimizar los mismos. No nos gusta estar en conflicto, si bien tenemos
que saber convivir con él, porque la mayoría de veces es inevitable.
Por
eso estos días pensaba, cada vez que vemos las noticias que nos llegan por los
medios de comunicación, en el enorme coste que supone una guerra como la que
desgraciadamente estamos viviendo en la franja de Gaza. Son muchísimos y de muy
variado tipo, cuyas secuelas están y estarán durante mucho tiempo
¿Cuáles serian los COSTES DIFICILMENTE CUANTIFICABLES?
No
me gustaría centrarme en los costes económicos, muchas veces son precisamente
los que justifican las intervenciones. Ni que decir tiene que reconstruir lo
destruido, “pagar” por lo ocurrido o valorar los daños materiales se antoja en
estos momentos casi imposible de cuantificar, pero en algún momento habrá que
hacerlo. Al igual ocurre con los costes de la inflación, el gas, o costes de
servicio.
Por
eso quiero valorar en este post otros costes no visibles, pero perceptibles por
mucho que algunos justifiquen la guerra o la intervención.
Hablamos
de “costes emocionales” tales como
la soledad de los seres perdidos; niños y niñas que han perdido ya su infancia
y que cada noche despertarán con el horror en sus mentes; incluso aquellos que
por sus desplazamientos deben rehacer su vida con personas que no han formado
parte de su infancia o adolescencia. Por eso es sumamente importante atender la
salud emocional de las personas, cuyo coste será enorme.
Los “costes sociales”. Por
que como sociedad se siente miedo y rechazo al otro diferente, donde la
percepción de la realidad está distorsionada por viejas y nuevas percepciones.
La empatía y la sinergia se devalúan cuando el otro no es consciente de lo de los
demás. El coste social necesita que para una persona necesite contar con un
entorno confiable, la actuación y percepción es indispensable para el
desarrollo del ser humano en sociedad, así una persona que lo perdió todo, no
tendrá la confianza de acudir a una institución pública, por que percibe que
ahí es el lugar donde surgió el problema. El deterioro de este coste social
aleja a las personas de las instituciones, de sus dirigentes incluso de la
familia, se percibe que no serán escuchados y que no es posible confiar en
procesos justos.
Los “costes morales” o de responsabilidad por
decisiones tomadas. Toda situación que debe atenderse te enfrenta entre tus
propios sentimientos y valores: ¿fue la mejor decisión que tomamos huir del
lugar o emigrar, o mejor haber continuado para afrontar los peligros?
Los “costes éticos” y de valores humanos que
decaen por el simple hecho de no respetarse y la absoluta falta de tolerancia.
Ya no se que es ético o no, que es bueno o malo, si defenderme o atacar. No se
si intervenir o desistir. Al fin y al cabo como toda guerra hay veces que te
enfrentas contigo mismo. La toma de decisiones
se hace eterna
Los “costes de relaciones de convivencia” o
coste relacional, ya que el deterioro de los colectivos y su entorno social,
debe proceder a una importante restauración de las relaciones. La guerra
afectará al modo de relacionarnos con los demás y cubrir esas necesidades
básicas con el otro. Todo ello nos lleva a un importante coste dado que se
pierde “el mutuo entendimiento” y eso les llevará a la indiferencia ante lo que
le ocurra al otro
“Costes de calidad de vida”,
donde la enfermedad física y mental se agudizará con el simple hecho de no
tener las más mínimas condiciones de higiene, agua potable o servicios públicos
universales, para reconstruir mi vida.
“Coste por tiempo invertido” (o
tiempo perdido) por afrontar el conflicto y no atender “de puertas para
dentro”. Son los derivados del tiempo empleado por las instituciones públicas
en hacer frente al conflicto. Aquí se plantea la necesidad de que cualquier
solución al mismo sea estable y duradera lo que se antoja casi imposible y más
cuando el 100 por 100 del tiempo se dedica a pensar en estrategias de guerra.
“Coste de la reducción de la motivación”:
Un conflicto, sea cual fuere, y más si es una guerra produce una falta de
motivación de la mayor parte de los ciudadanos, no solo de los afectados por el
problema que están al frente con las
armas, hasta el punto de pensar en desarrollar su labor “bajo mínimos” porque,
para que se va a esforzar más para realizar un buen trabajo, si todo lo que se
haga puede estar destruido de la noche a la mañana.
Y
que decir del coste indirecto de la mala
reputación del país…o el propio coste humano, de vidas… que horror
Todo
ello, sin ser pesimista, solo realista, nos llevará a la baja calidad de los
acuerdos, ya que después de enfocar las energías en resolver el conflicto, no
quita que va a suponer una pérdida de confianza en el futuro incrementando las
inseguridades y los miedos. Tanto a nivel económico como vivencial. Un... ¿Para
qué luchar?
Kahn
explicaba “que las personas desempeñan diferentes roles que se corresponden con
determinadas expectativas. El problema surge cuando esas personas tienen que desarrollar
varios roles a la vez y les resulta casi imposible cumplir con todas las
expectativas; entonces aparece el conflicto”. Así alguien que esta viviendo un
momento en su vida duro, no le es posible continuar con su vida cotidiana y
dejar apartado ese problema, para poner todo su empeño en terminar con el
conflicto. Y Henry Ford decía: “La mayoría de personas gastan más tiempo en
hablar de los problemas que en afrontarlos”. Por eso es muy difícil afrontar un
estudio del coste del conflicto, ya que la diversidad de los conflictos es
proporcional a la diversidad de las personas, a la interacción entre ellas y a
los ámbitos en los que todo ello sucede, pero al menos espero haber puesto de
manifiesto en este post esos costes “olvidados” que al no ser cuantificables,
como el dinero, muchas veces se minimizan sin tener en cuenta la enorme
importancia de los mismos.
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