lunes, 3 de abril de 2023

Feliz Semana Santa Mediador

 


Cuando hablamos de la Pasión de Jesucristo, la semana de pasión, pocos pueden soñar que esa pasión, bien puede convertirse en alegría, en ilusión, en felicidad, porque pasión es lo que siente alguien que hace lo que de verdad le gusta. Hacer las cosas con pasión, nos ha llevado a momentos de dudas, esfuerzo, aprendizaje, caídas, pero sobre todo ilusión y al final, tener auténtica pasión por lo que haces.

Este post, nace en la Semana Santa sevillana, en plena primavera, mientras vivimos en nuestras calles las cofradías, las procesiones, que muestran al mundo lo que fue la pasión.

Pero hoy quiero referirme nuevamente a nuestras raíces de mediador, a nuestros orígenes, desde el cristianismo y respetando en todo caso a quien no crea o no confiese nuestra religión, ya que tan válida es una u otra opción.

Pero Jesús fue el “primer mediador” por excelencia. Y lo fue porque vino para desempeñar el papel de “mediador entre Dios y los hombres”. Su misión, ser el camino, su herencia “la tierra prometida” y siempre siendo el “espíritu” que intercede, que empatiza, pero que reclama un mundo mejor.

Muerte y vida; ángeles y demonios; presente y lo que estaba por venir;

Como muchas veces se hace para entender la Biblia, os voy a contar una historia, que bien podría mezclar, conflicto, justicia y mediación:

Hay una leyenda que cuenta que había una vez un hombre que deseaba con toda su alma, comprar una casa para su familia, para vivir mejor; era lo más importante que tenía en mente, más que cualquier otra cosa en su vida. Para cumplir este deseo, se endeudó mucho, de tal manera que conseguiría el dinero de alguien que se lo prestara y pondría en el futuro el valor de devolvérselo. Ese alguien era un amigo, con el que pronto perdería su amistad.

Su familia ya le había advertido de que no debía endeudarse de tal forma, y particularmente de los intereses y las consecuencias en el caso de no cumplir con su promesa futura de devolverlo en plazo, pero era muy importante cumplir su desea de una morada de inmediato; estaba seguro de que podría pagarlo más adelante.

Llevado por su impulso, firmó un contrato por el cual habría de pagar la deuda dentro de un determinado tiempo. No se preocupó mucho acerca del hecho, ya que la fecha del pago parecía estar muy lejana; tenía lo que deseaba en ese momento, y eso era lo único que le importaba.

Pasó el tiempo y su acreedor y amigo, quedó relegado en el olvido; ya pagaría cuando pudiera y de vez en cuando le daba alguna pequeña cantidad que en verdad no servía para nada, pensando que el día en que tendría que devolver todo el dinero, nunca llegaría.

Pero, como siempre en esta vida, llegó ese día que firmó en su contrato al cumplirse la fecha hasta entonces había disfrutado de forma inmediata de una nueva casa, una nueva vida, pero la deuda no había sido pagada totalmente, y su amigo y acreedor apareció y exigió el pago total.

Solamente entonces comprendió que había ido más allá, que la persona a la que le debía el dinero no solo se lo podía reclamar, sino que incluso le echarían de su casa y perdería la misma.

“No puedo pagarte porque no tengo el dinero para hacerlo”, confesó.

“Entonces”, dijo el acreedor, “devuélveme la casa, usted estuvo de acuerdo con eso; fue su elección. Usted firmó el contrato y ahora debe cumplir”.

“¿No podrías darme más tiempo o perdonarme parte de la deuda?”, suplicó el deudor.  El acreedor contestó: “La misericordia siempre favorece sólo a uno, y en este caso solamente le servirá a usted. Si soy misericordioso, quedaré sin mi dinero. Lo que demando es justicia. ¿Cree usted en la justicia?”

“Ésa es la ley. Lo que usted llama misericordia no puede robar ni primar a la justicia”.

Y así se encontraban las dos partes: uno demandaba justicia y el otro rogaba misericordia. Ninguno quedaría satisfecho, excepto a costa del otro.

Parecía que ambas peticiones no se podían cumplir al mismo tiempo. Son dos ideales eternos que parecen contradecirse mutuamente. ¿No hay forma en que se pueda cumplir la justicia al mismo tiempo que la misericordia?

Si hay una forma… buscar la intercesión de un tercero que, de forma objetiva e imparcial, les ayude a encontrar ese término medio, que ambos necesitan, pero que no son capaces de ver.

¡Hay una forma! La ley de la justicia puede ser satisfecha al mismo tiempo que se cumple la de la misericordia; pero se necesita alguien que interceda. Y eso fue lo que sucedió.

Gracias a un mediador encontraron la posibilidad que ellos mismos valoraron, de pagar parte ahora, posponer una parte con algo de interés de futuro y a su vez, adecuar, la situación que el deudor vivía a su realidad, aquella que no vio cuando firmó el contrato y cuya ansiedad le cegó, pero también a su prestador cuya intención no es recuperar el bien, sino en realidad, colocar lo que tiene para de ello seguir viviendo, pero sobre todo, mantener su amistad.

Justicia y misericordia se habían dado la mano, esa que tendió sin que se dieran cuenta el mediador, porque el pacto era suyo, ellos tenía que hacerse acreedores del éxito del acuerdo alcanzado.

Pues bien, para Dios, cada uno de nosotros vive algo así como a crédito o con una deuda espiritual. Algún día se cerrará la cuenta y se nos exigirá el pago del saldo. Cuando ese día llegue y esté cerca “el cierre de la cuenta”, miraremos ansiosamente a nuestro alrededor buscando a alguien que nos ayude.

Es ahí donde aparece el papel de Jesús como mediador de los hombres y mujeres

Él es una especie de mediador que ayuda con la comunicación y la negociación entre dos o más partes, para que entendamos lo que supone nuestro “viaje” por la vida y en su caso conseguir que cada conflicto sea una oportunidad. En el Nuevo Testamento hay dos pasajes diferentes en los que se refieren a Jesús como el mediador entre Dios y las personas creyentes.


            Por un lado, citando a Timoteo 2:5 se dice, “Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” Aquí el apóstol Pablo enseña específicamente que Jesús es el medio de acceso entre los seres humanos y Dios el Padre.

 
            El segundo sitio donde se menciona esa palabra en el Nuevo Testamento es donde se menciona a Cristo como nuestro mediador en Hebreos 9:15: “Por eso Cristo es mediador de un nuevo pacto, para que los llamados reciban la herencia eterna prometida, ahora que él ha muerto para liberarlos de los pecados cometidos”. Aquí Jesús se presenta como el mediador de un nuevo pacto. El primer pacto (la Ley Mosaica) proporciona un medio para condenar a las personas. A través de ella, podemos ver claramente que hemos pecado y necesitamos de perdón y redención. El nuevo pacto mediado o presentado a través de Jesús ofrece ese perdón de los pecados y nos presenta como justos y rectos delante de Dios.

Sean pecados para unos, conflictos para otros o simplemente problemas, la vida está llena de ellos y la mediación te ofrece ese espacio de diálogo de comunicación que revierta en que encuentres una solución consensuada a tu problema.

Sea Jesús, Alá o quien creas pueda ser, el origen también se encuentra en ellos, de ellos se aprende, porque viven con “pasión” su tránsito para ayudar a quienes lo necesitan.


            Por eso los lectores judíos de estos versos habrían entendido el significado de Jesús como su mediador.  

Y eso que los términos “mediación” y “mediador” sigan sin aparecer el vocabulario común de las familias y las personas que tienen conflictos. Quizás porque pertenecen al lenguaje jurídico o al lenguaje filosófico, y no los utilizamos con frecuencia.

Por eso querido lector te propongo que los busques, ya que están en el corazón de nuestra fe, pues es en torno a ellos que se organiza toda la teología de la redención. De ahí escuela de padres, centros de atención y orientación familiar, comedores sociales, son motivos para encontrar la “mediación” con mayúsculas.

Y si me permites un simple consejo… esta semana santa intenta la reconciliaron con Dios ya que la “penitencia” es el sacramento de la reconciliación por excelencia.


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