Cuando
hablamos de la Pasión de Jesucristo, la semana de pasión, pocos pueden soñar
que esa pasión, bien puede convertirse en alegría, en ilusión, en felicidad,
porque pasión es lo que siente alguien que hace lo que de verdad le gusta.
Hacer las cosas con pasión, nos ha llevado a momentos de dudas, esfuerzo,
aprendizaje, caídas, pero sobre todo ilusión y al final, tener auténtica pasión
por lo que haces.
Este
post, nace en la Semana Santa sevillana, en plena primavera, mientras vivimos
en nuestras calles las cofradías, las procesiones, que muestran al mundo lo que
fue la pasión.
Pero
hoy quiero referirme nuevamente a nuestras raíces de mediador, a nuestros
orígenes, desde el cristianismo y respetando en todo caso a quien no crea o no
confiese nuestra religión, ya que tan válida es una u otra opción.
Pero
Jesús fue el “primer mediador” por excelencia. Y lo fue porque vino para
desempeñar el papel de “mediador entre Dios y los hombres”. Su misión, ser el
camino, su herencia “la tierra prometida” y siempre siendo el “espíritu” que
intercede, que empatiza, pero que reclama un mundo mejor.
Muerte y vida; ángeles y
demonios; presente y lo que estaba por venir;
Como
muchas veces se hace para entender la Biblia, os voy a contar una historia, que
bien podría mezclar, conflicto, justicia y mediación:
Hay
una leyenda que cuenta que había una vez un hombre que deseaba con toda su
alma, comprar una casa para su familia, para vivir mejor; era lo más importante
que tenía en mente, más que cualquier otra cosa en su vida. Para cumplir este
deseo, se endeudó mucho, de tal manera que conseguiría el dinero de alguien que
se lo prestara y pondría en el futuro el valor de devolvérselo. Ese alguien era
un amigo, con el que pronto perdería su amistad.
Su
familia ya le había advertido de que no debía endeudarse de tal forma, y
particularmente de los intereses y las consecuencias en el caso de no cumplir
con su promesa futura de devolverlo en plazo, pero era muy importante cumplir
su desea de una morada de inmediato; estaba seguro de que podría pagarlo más
adelante.
Llevado
por su impulso, firmó un contrato por el cual habría de pagar la deuda dentro
de un determinado tiempo. No se preocupó mucho acerca del hecho, ya que la
fecha del pago parecía estar muy lejana; tenía lo que deseaba en ese momento, y
eso era lo único que le importaba.
Pasó
el tiempo y su acreedor y amigo, quedó relegado en el olvido; ya pagaría cuando
pudiera y de vez en cuando le daba alguna pequeña cantidad que en verdad no
servía para nada, pensando que el día en que tendría que devolver todo el
dinero, nunca llegaría.
Pero,
como siempre en esta vida, llegó ese día que firmó en su contrato al cumplirse
la fecha hasta entonces había disfrutado de forma inmediata de una nueva casa,
una nueva vida, pero la deuda no había sido pagada totalmente, y su amigo y acreedor
apareció y exigió el pago total.
Solamente
entonces comprendió que había ido más allá, que la persona a la que le debía el
dinero no solo se lo podía reclamar, sino que incluso le echarían de su casa y
perdería la misma.
“No puedo pagarte porque no
tengo el dinero para hacerlo”, confesó.
“Entonces”, dijo el acreedor,
“devuélveme la casa, usted estuvo de acuerdo con eso; fue su elección. Usted
firmó el contrato y ahora debe cumplir”.
“¿No podrías darme más tiempo
o perdonarme parte de la deuda?”, suplicó el deudor. El acreedor contestó: “La misericordia siempre
favorece sólo a uno, y en este caso solamente le servirá a usted. Si soy
misericordioso, quedaré sin mi dinero. Lo que demando es justicia. ¿Cree usted
en la justicia?”
“Ésa es la ley. Lo que usted
llama misericordia no puede robar ni primar a la justicia”.
Y así
se encontraban las dos partes: uno demandaba justicia y el otro rogaba
misericordia. Ninguno quedaría satisfecho, excepto a costa del otro.
Parecía
que ambas peticiones no se podían cumplir al mismo tiempo. Son dos ideales
eternos que parecen contradecirse mutuamente. ¿No hay forma en que se pueda
cumplir la justicia al mismo tiempo que la misericordia?
Si hay
una forma… buscar la intercesión de un tercero que, de forma objetiva e
imparcial, les ayude a encontrar ese término medio, que ambos necesitan, pero
que no son capaces de ver.
¡Hay
una forma! La ley de la justicia puede ser satisfecha al mismo tiempo
que se cumple la de la misericordia; pero se necesita alguien que
interceda. Y eso fue lo que sucedió.
Gracias
a un mediador encontraron la posibilidad que ellos mismos valoraron, de pagar
parte ahora, posponer una parte con algo de interés de futuro y a su vez,
adecuar, la situación que el deudor vivía a su realidad, aquella que no vio
cuando firmó el contrato y cuya ansiedad le cegó, pero también a su prestador
cuya intención no es recuperar el bien, sino en realidad, colocar lo que tiene
para de ello seguir viviendo, pero sobre todo, mantener su amistad.
Justicia
y misericordia se habían dado la mano, esa que tendió sin que se dieran cuenta
el mediador, porque el pacto era suyo, ellos tenía que hacerse acreedores del
éxito del acuerdo alcanzado.
Pues
bien, para Dios, cada uno de nosotros vive algo así como a crédito o con una
deuda espiritual. Algún día se cerrará la cuenta y se nos exigirá el pago del
saldo. Cuando ese día llegue y esté cerca “el cierre de la cuenta”, miraremos
ansiosamente a nuestro alrededor buscando a alguien que nos ayude.
Es ahí
donde aparece el papel de Jesús como mediador de los hombres y mujeres
Él es una
especie de mediador que ayuda con la comunicación y la negociación entre dos o
más partes, para que entendamos lo que supone nuestro “viaje” por la vida y en
su caso conseguir que cada conflicto sea una oportunidad. En el Nuevo
Testamento hay dos pasajes diferentes en los que se refieren a Jesús como el
mediador entre Dios y las personas creyentes.
Por
un lado, citando a Timoteo 2:5 se dice, “Porque hay un solo Dios y un solo
mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” Aquí el apóstol Pablo
enseña específicamente que Jesús es el medio de acceso entre los seres humanos
y Dios el Padre.
El
segundo sitio donde se menciona esa palabra en el Nuevo Testamento es donde se
menciona a Cristo como nuestro mediador en Hebreos 9:15: “Por eso Cristo es
mediador de un nuevo pacto, para que los llamados reciban la herencia eterna
prometida, ahora que él ha muerto para liberarlos de los pecados cometidos”. Aquí
Jesús se presenta como el mediador de un nuevo pacto. El primer pacto (la Ley
Mosaica) proporciona un medio para condenar a las personas. A través de ella,
podemos ver claramente que hemos pecado y necesitamos de perdón y redención. El
nuevo pacto mediado o presentado a través de Jesús ofrece ese perdón de los
pecados y nos presenta como justos y rectos delante de Dios.
Sean pecados
para unos, conflictos para otros o simplemente problemas, la vida está llena de
ellos y la mediación te ofrece ese espacio de diálogo de comunicación que
revierta en que encuentres una solución consensuada a tu problema.
Sea
Jesús, Alá o quien creas pueda ser, el origen también se encuentra en ellos, de
ellos se aprende, porque viven con “pasión” su tránsito para ayudar a quienes
lo necesitan.
Por
eso los lectores judíos de estos versos habrían entendido el significado de
Jesús como su mediador.
Y eso
que los términos “mediación” y “mediador” sigan sin aparecer el vocabulario
común de las familias y las personas que tienen conflictos. Quizás porque pertenecen
al lenguaje jurídico o al lenguaje filosófico, y no los utilizamos con
frecuencia.
Por
eso querido lector te propongo que los busques, ya que están en el corazón de
nuestra fe, pues es en torno a ellos que se organiza toda la teología de la
redención. De ahí escuela de padres, centros de atención y orientación familiar,
comedores sociales, son motivos para encontrar la “mediación” con mayúsculas.
Y si me permites un simple
consejo… esta semana santa intenta la reconciliaron con Dios ya que la “penitencia”
es el sacramento de la reconciliación por excelencia.
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