LOS TESOROS DE LA MEDIACIÓN.-
Pero… como pasa el tiempo. Hace
ya 12 años, tal día como un jueves, 24
de enero de 2008, inauguraba mi blog con este post sobre los “tesoros de la
mediación” y que hoy quiero reeditar…
“Profesiones como el ejercicio
de la abogacía, han tenido oculto, durante muchos años, algo innato a nuestra
formación, a nuestra atención a los clientes que nos confían sus problemas, sus
conflictos y que, mediante intervención como mediadores, hemos evitado el
desgaste ante los tribunales de sus intenciones y sus sentimientos. Pero creo
que ha llegado el momento de “abrir el cofre” que durante muchos años hemos
cuidado y custodiado de nuestra labor mediadora y ofrecer a todas las
profesiones que se acercan a la mediación, lo que son auténticas “perlas” para
mediar.
Creo que podemos empezar con
una cuestión básica: “conócete a ti
mismo como mediador o mediadora”. Debemos sentirnos cómodos con este perfil
profesional, saber si de verdad tenemos habilidades suficientes para manejar de
forma adecuada las emociones y las tensiones que surgen en un conflicto.
Debemos dominar el modelo de atención que utilicemos; bien sea la búsqueda de
un acuerdo que termine con el conflicto, o bien el poder transformar las
percepciones entre las partes enfrentadas, aunque el conflicto continúe,
debemos utilizar un modelo y una técnica adecuada. ¿Por qué estamos motivados en la mediación?, ¿qué estilo tienes? O ¿qué
temores y cargas personales traemos a la mediación?, son cuestiones que
tenemos que resolver, que tenemos que tratar para poder dar lo mejor de
nosotros en un proceso de mediación y, sobre todo, para saber si, nuestra
paciencia, nuestra empatía, nuestra neutralidad, nuestra objetividad, nuestra
tolerancia o nuestra madurez pueden llevarnos a ser mediadores profesionales.
Son muchas las cualidades necesarias, pero el principal tesoro es conocernos a
nosotros mismos.
Nada mejor que una historia
clásica entre los mediadores, para aclarar cual es nuestro verdadero “rol como
mediador”. Dicen que una vez, en un país de oriente, en un poblado cualquiera,
un pastor árabe murió dejando testamento a sus tres hijos huérfanos. En el
mismo reflejaba que sus 17 camellos, como bien más preciado, quería repartirlos
de la siguiente forma: la mitad de sus camellos corresponderían al primogénito
de sus hijos, una tercera parte al segundo de ellos y una novena parte al hijo
menor. La pregunta que se hicieron ante su fallecimiento era ¿cómo deberían
repartirse el rebaño de camellos?. Transcurridos varios días sin que hallaran
una solución entre ellos, decidieron enviar a un miembro de su familia a una
cueva, en búsqueda de “un sabio” quien decidió, bajando en su propio camello,
acudir en ayuda de los tres hermanos. Cuando los tres hermanos, le explicaron
el problema de repartir los “bienes” tal como era el deseo de su padre, el
sabio les tranquilizó y les dijo que les cedía su camello para poder hacer las
cuentas. Así ya tenían 18 y les era más fácil hacer el reparto: el mayor de los
hermanos, al que le correspondía la mitad de los 18 camellos, se quedaría con
9; al hermano mediano, a quien le correspondía una tercera parte de 18, se
quedaba con 6; y el menor, al que le correspondía una novena parte, ostentaría
el derecho a 2 de ellos.
Pero la gran sorpresa vino cuando los hermanos hicieron el
recuento total y se dieron cuenta que sumaban 17. En ese momento se dieron
cuenta que lo que hizo el sabio (el mediador o mediadora) fue facilitar la
solución del problema, nunca proporcionar la misma, por lo cual se marchó del
lugar cabalgando en su propio camello, que había aportado al “reparto”. El
mediador no es un juez, no es un árbitro, tan solo ayuda a las partes a la
solución de su conflicto con su propio derecho a la autodeterminación.
Otra maravillosa
“perla” de nuestro “cofre del tesoro” es la creatividad. ¿cómo podemos ser
creativos ante un problema?, ¿cómo podemos ver alternativas al mismo? Hay que
tener un importante deseo de explorar, tener impulso por descubrir, probar y
experimentar formas diferentes de manejar y mirar las cosas. En definitiva,
tener disponibilidad “al cambio”. El primer trabajo que debemos tener con
nuestros clientes es reencuadrar el conflicto: verlo de otra forma. Hay que devolver a las partes enfrentadas el
“control de la situación”. La
creatividad radica en escuchar lo que las partes realmente dicen y no limitarse
a aceptar lo que comentan de forma explícita. Con ello vamos a intentar
devolverles la capacidad de tomar decisiones intuitivas, basadas en la
confianza y en la habilidad de separar la información sobre el problema que sea
importante, de la que podemos considerar irrelevante. El buen humor y la risa
permiten también que se de un ambiente creativo.
No obstante, nuestra responsabilidad con respecto al
proceso de mediación, a pesar de la creatividad, de la “artesanía” de nuestro
trabajo, es muy importante. Hagamos un proceso de mediación participativo,
neutral, informando cuando existan diferencias insalvables para “retirarnos”
del proceso. Estamos obligados a instruir a las partes y establecer criterios
razonables de negociación, sugiriendo alternativas, rehusando a ser testigos
conforme al proceso mediador si no se formalizara definitivamente, e informando
de otros posibles recursos para solucionar su problema. Con ello quiero decir
que hay que mantener la importancia de no asesorar o hacer terapia con nuestros
clientes, porque se trata de un rol distinto. Es nuestra responsabilidad.
Igual que debemos
encontrar “la perla” de la legitimación, del reconocimiento de los
“litigantes”. La cultura de la mediación propone técnicas y modelos
diferentes según el ámbito del conflicto en que se encuentren, pero el objetivo
debe ser ayudar a las partes enfrentadas a “encontrar, mas allá de la razón que
tengan, un lugar en la postura del corazón del otro”. Hacer comprender que “el
otro” tiene parte de razón, mediante esa frase mágica que oímos cuando dicen: ¡si yo lo entiendo… lo que ocurre es que no
lo comparto!. Hemos de tener en cuenta que el presente cambia continuamente
y siempre es posible hacer o ver” algo nuevo. También se hace necesario
reconocer y aceptar que la resolución de la mayoría de los conflictos es
imposible, lo que si es posible es “transformarlos” para que afecten lo menos
posible. El sentido de la mediación no es otro que el reconocimiento recíproco
entre las partes.
Pero ¿qué asuntos pueden o deben ser mediados? Yo creo que debemos
hablar mejor de “debe” ser mediado porque partimos del principio de que todo es
mediable o negociable. La mediación es recomendable especialmente, para
aquellos casos en los cuales, las partes enfrentadas tienen una relación, que
de alguna u otra forma continuarán en el tiempo. Muchos son los casos que debe
ser mediados, como, los asuntos de daños y perjuicios, los de ámbito familiar,
las relaciones entre socios o entre deudores y acreedores. Todas las relaciones
en las cuales la relación se prolongue más allá del momento en que exista el
conflicto o incluso en el que la privacidad de las cuestiones a debatir, haga
necesario mantener quizás una reputación profesional frente a terceros, de las
partes implicadas, hacen de la mediación una herramienta adecuada. Con esto
queremos decir que prácticamente “todo es mediable”.
No obstante los mediadores
debemos aprender que la mediación no siempre es la mejor respuesta al conflicto
que se nos plantea. Así los límites de la mediación deben estar en los casos
que existe violencia, aun cuando muchas veces mediemos sin saber que existe
supuestos malos tratos; también entendemos que no es recomendable en casos de
abuso o violación, ya que pueden existir problemas de carácter legal (como el
supuesto de prohibición expresa de mediar en la violencia doméstica, por el
desequilibrio de las partes). Pero sobre todo nunca debemos mediar cuando
observemos casos en el que las partes presentan patologías emocionales.
El verdadero trabajo
artesanal, se basa en respetar y apoyar el derecho individual de las personas a
la autodeterminación. Este es otro gran tesoro. Saber hacer respetar el
derecho de las partes a elegir lo que quieran, hacer sus propias opciones y que
tomen una decisión en la solución de sus problemas, requiere que les demos toda
la información necesaria. Los detractores de la mediación confunden nuestro
trabajo.
La pregunta es:
¿recomendamos?, ¿orientamos?, ¿informamos?, ¿asesoramos?, ¿conciliamos?,
¿negociamos?, ¿atendemos?... simplemente mediamos.
Hacemos posible, que las
partes elijan entre varias opciones de solución, aquella que mejor represente
los intereses y deseos que tengan. Se antoja básico analizar cuáles son sus
posturas, intereses o necesidades a la hora de poder solucionar el problema. En
esa búsqueda surge nuestro “acompañamiento”. Es difícil el trabajo pero debemos
prepararnos para poder solventar distintos problemas éticos que “acudan” al
proceso mediador.
Es por todo lo anterior por lo que considero un gran tesoro, una nueva “perla” la formación de los
mediadores. Desde muchos sectores se promociona el que pueda ser una “lista
abierta o cerrada”. Ni que decir tiene que es fundamental una exhaustiva
formación en el ámbito jurídico, social y psicológico, adentrándose en talleres
formativos en comunicación, deontología o creatividad, pero si considero que lo
más importante de la mediación, el gran
hallazgo, es abrir “fronteras” entre profesionales. No debemos restringir
la formación, ni el ejercicio profesional de la mediación a unas cuantas
disciplinas, sino que debe abrirse a numerosas titulaciones universitarias, que
de alguna manera u otra impliquen actuar en las relaciones personales, dado que
en la formación del mediador cada disciplina puede aportar muchas más cosas de
las que podemos imaginar. Cuando eliges
formarte en una profesión, lo haces imaginándote ejerciendo en la misma y
sintiéndote cómodo con ella, es decir, crees que tus habilidades personales te
capacitan para realizar dichas tareas. La pregunta debe ser ¿podríamos formar
en mediación a cualquier persona y ser mediador solo algunos?. Ante esta
pregunta, me gustaría aclarar al lector que podemos entender con una breve
metáfora. Todos debemos aprender a leer y escribir, pero muy pocos pueden ser
“escritores”.
No quisiera seguir llegando al fondo de este “baúl” sin referirme al clásico debate sobre los
principios de la mediación. Aquí encontramos también un tesoro oculto a los
ojos de los profesionales y del legislador. Hagamos de la mediación un proceso sencillo, claro, donde
preservando el interés de menores y discapacitados si existieren en el
conflicto afectados, busquemos el principio de “celeridad”, de “intervención
cooperativa”, del “respeto”, de la “claridad” y “la profesionalidad”, donde la
colaboración de las partes sea un requisito de partida y donde la buena fe y el
antiformalismo no sean contrarios a la paciencia y la perfecta estructuración
de este “trabajo profesional”. Evidentemente no olvidamos los principios ya
conocidos en España de la voluntariedad, la imparcialidad o la
confidencialidad, pero debemos siempre “cuestionarnos” su actualidad diaria en
nuestro trabajo.
Cuando hablamos de confidencialidad, entendemos que el
mediador no puede revelar los particulares y los pormenores de la mediación a
nadie, ni desvelar en reuniones conjuntas lo tratado en reuniones individuales
y que no han sido autorizadas por su confidente. Es por esto mismo por lo que
no podemos ser testigos en juicio sobre estos extremos, ni peritos, error muy
frecuente por parte de los juzgados y tribunales. La excepción la tenemos en el
sistema legal americano, donde existe la obligación de declarar a las
autoridades la información acerca de casos de violencia o abuso contra menores.
En estos casos, la obligación del mediador es advertir a las partes que su
confidencialidad no podrá ser mantenida.
¿Y la imparcialidad o la neutralidad?. Un buen mediador
debe permanecer imparcial hacia las partes. Esto significa el no tener
favoritismo o tendencias, ya sea en nuestras manifestaciones o hechos, hacia
una parte u otra, con el compromiso de servir a todas las partes y al proceso,
en vez de servir a los intereses de una sola parte. Pero todo es relativo,
porque bien sabemos que cuando alguien acude a nosotros, no busca la
imparcialidad de un juez, busca la “multiparcialidad” como modelo de actuación,
quiere que nos “impliquemos”, que “sintamos con ellos”, nuestra implicación
hacia la solución del conflicto. De ahí nuestra imparcialidad.
¿Cuál es por tanto el verdadero sentido de la mediación?.
Es absolutamente apasionante esta profesión, porque si bien la doctrina la
trata como una “alternativa a la resolución de disputas”, más que una
alternativa es una actividad “complementaria”. Podemos entender, como la
definen, la mediación como ¿un método de resolución de conflictos? O más bien
podemos hablar de “gestionar” y “transformar” una disputa. ¿la finalidad de una
mediación es llegar a un acuerdo? O más bien se trata de indagar en las
opciones de solución y “aprovechar” los efectos positivos que puede tener un
conflicto. Y por último, ¿de verdad podemos pensar que es un método o una
técnica? O queremos y deseamos que sea una “práctica artesanal” en el que no
siempre aplicamos las mismas “recetas”. Nuestro verdadero trabajo se centra en
ser agentes de la realidad, determinando los verdaderos intereses de cada
parte, formulando el conflicto de forma correcta y de manera inclusiva,
utilizando un léxico apropiado, presentando historias alternativas, pidiendo a
las personas que se pongan en el lugar de la otra. El verdadero trabajo del
mediador supone elaborar una “agenda” , decidiendo en que orden se abordan los
temas y descartar todo aquello que “hace ruido”. Es un trabajo artesanal donde
destaca la necesidad de la equidad, equilibrando el poder y buscando más lo
“justo” que lo legal.
Para terminar este “viaje” a la “cueva del tesoro” no
quisiera olvidarme del valor que tiene la mediación, la fuerza del acuerdo. La
mediación tiene el valor de los contratos privados, intervenidos por un
mediador, que evidentemente ante un incumplimiento necesitamos la ejecución
judicial, pero esto a los mediadores no nos preocupa. Lo que de verdad nos
preocupa es que, si el acuerdo en el que hemos estampado nuestra firma, no se
cumple, ¿en que momento hemos fallado o no hemos sabido ver una intención que
se ha mantenido oculta?.
Os animo a trabajar desde la mediación, como una
estrategia, una diplomacia donde los principales pasos sean;
a)
“ver la averia del conflicto”, viendo las
posiciones, los intereses y las necesidades de las partes, en definitiva ¿Qué
ha ocurrido?
b)
“reconstruir las relaciones”, presentando una
historia alternativa y estableciendo el ya mencionado reconocimiento de la otra
parte
c)
“reparar en la solución”, haciendo partícipe de
ello a las partes (quien ayuda a buscar una solución, es consciente de su
cumplimiento)
d)
Y por último, hagamos un “rodaje”, un
seguimiento, una supervisión y por tanto, veamos que están “cumpliendo” con lo
pactado.
Recordemos
que en la mediación no enseñamos a escribir, sino a ser escritores
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