Desde que en el viaje de mi vida me
subí a este apasionante “barco”, bautizado con el nombre de Universidad Loyola
Andalucía, algo me decía que estaba a punto de descubrir el porqué de tantas
cosas que me habían perseguido en mi mente cuando decidí hacerme mediador para
ayudar a los demás.
El porqué de trabajar por y para la educación de líderes para el mundo; el
porqué entender que el mundo es nuestra casa; el porqué la misión de mi
universidad de “crear pensamiento para
el mejor y mayor servicio de la humanidad, formando hombres y mujeres para los
demás, comprometidos con los problemas del mundo, y hacer de toda su actividad
un lugar de fructífero dialogo y encuentro en el que personas de diferentes
culturas, creencias e ideologías puedan vivir una vida inspirada y comprometida
con los demás”. ¿Es que no son conceptos equiparables a la mediación? Por supuesto que sí.
Y un día, mi admirado José Juan Romero Rodríguez SJ me envió una recensión
de José García de Castro SJ, sobre el libro “Ignacio de Loyola”, de D. Enrique
García Hernán, donde se menciona que se “crea un eje constructor que es muy
novedoso; el personaje de Ignacio de Loyola no tanto como Peregrino, Santo o
Fundador de los Jesuitas, sino como mediador, debido a su capacidad para mediar
entre personas y diferentes situaciones (incluso contrarias y antagónicas), una
habilidad que habría comenzado a desarrollar durante muchos años y justificaría
gran parte del primer y sorprendente desarrollo de la Compañía de Jesús”.
Así refiere que la mediación ejercida por Ignacio de Loyola, quien antes
había sido guerrero y batallador (cuanto me acuerdo de mis días de
“picapleitos” en juzgados y tribunales), “no fue solo entre nobles y burgueses,
familias, monarcas, obispos o frailes de la Europa del siglo XVI, sino que
también fue una “mediación espiritual” entre Dios y los hombres”. Así
entiende que la Compañía de Jesús y los ejercicios espirituales pueden
ser interpretados como estructuras de mediación de “ayuda a las ánimas”.
Descubriendo a ‘Ignacio mediador’
Fue en la etapa de Ignacio en París (1528-1535) en la que se descubre el
‘Ignacio Mediador’. No olvidemos que el mensaje misionero lleva inexorablemente
a la actitud mediadora tanto en los lugares de destino como en los colectivos
atendidos en las misiones y de ahí retoma nuestra Universidad Loyola Andalucía,
esa identidad del “compromiso por transformar” la sociedad y las personas a
través de la pasión por conocer.
Solidaridad, búsqueda de la verdad, diálogo y tolerancia, responsabilidad y
participación son principios de nuestra institución y de la mediación. El
evangelio y el mensaje del Ignacio Mediador nos lleva a tender puentes para un
diálogo entre partes y el entendimiento entre culturas, algo que se demuestra
también en nuestro bagaje educativo como institución.
El Papa Francisco ha explicado, en más de una ocasión, que el misionero es
aquel “que se hace servidor del Dios que habla, que quiere hablar a los hombres
y a las mujeres de hoy, como Jesús hablaba a los de su tiempo y conquistaba el
corazón de la gente, que venía a escucharlo desde cualquier parte y quedaba
maravillada escuchando sus enseñanzas”. Enseñanza, una vez más, para
adentrarnos no tanto en formar en mediación en nuestra aulas, sino en formar
mediadores, que les apasionen lo que hacen y que se pongan al servicio de los
demás, aquellos que viven un conflicto,
no saben salir de él y encontrarán en nosotros esa “agencia de viajes por sus
sentimientos”.
La mediación es educación, es un modelo pacífico, dialogado y colaborativo
para gestionar y, por qué no, para resolver los conflictos. En nuestras aulas
conformamos la convivencia en positivo, desde la educación en valores y
principios que permitan a las partes reconocerse aunque no compartan sus
posturas.
Por eso, hemos de decir que nos atrevimos a crear el “proyecto Druida” para
enseñar a los más pequeños la “cultura del acuerdo”. A los niños y niñas que el
día de mañana tendrán sus responsabilidades y, por tanto, acceder a esta
formación desde colegios e institutos. Un proyecto que educa porque es un
modelo de convivencia en sí mismo. Trabajamos en Loyola Executive Education día
a día por ello.
Loyola, con su espíritu y modelo intacto ignaciano, modela y enseña la
gestión de los conflictos potenciando prácticas y habilidades diseñadas para
afrontar los conflictos individuales, interpersonales e institucionales, y para
crear un entorno ideal para entender la escalada de los conflictos, mediante el
uso de la comunicación y el pensamiento creativo. Los educadores en gestión de
conflictos trabajan por un mundo justo y pacífico en donde las personas actúen
de forma responsable y que de las
cenizas de un conflicto surja algo positivo, viendo la oportunidad del mismo.
Por eso, cual misionero y siendo Ignacio de Loyola un ejemplo, los
mediadores debemos llevar la tarea de anunciar, más allá de nuestra aulas, que
un minuto hablando puede resolver toda una vida. Que debemos conseguir cambiar
la confrontación por el diálogo, la gestión y la transformación, tanto en
colectividades como en personas. Esa es nuestra verdadera misión. Que en un
sentido vulgar significa trabajo, tarea, quehacer, cometido, independientemente
de nuestro origen o de nuestra condición religiosa o laical. Por eso y por
muchas cosas más en mi vida: gracias Ignacio de Loyola.
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